domingo, 30 de noviembre de 2008

El hijo(a) perfecto!

No quiero escuchar, lo que estoy escuchando...

¿No han notado que siempre hay una hija o un hijo perfecto? El atento, el cariñoso, el que haría todo por todos, la Madre Teresa o el mismo Jesucristo en persona, pero a veces ese mismo es el que hace y deshace, el que hiere y lastima, pero a los dos días vuelve a ser el prodigio de la familia.


Interesante cuestión ¿Cierto?
¿Por qué siempre hay un hijo perfecto mientras los demás no sirven para nada?

(Estoy segura de que al menos el 70% de la población, se ha sentido alguna vez desplazado por ese hermano perfecto.)

Tal vez los padres no se dan cuenta que no es lo que se dice, sino la forma como se dice, y esas mismas cosas que hablan duelen más que cualquier golpe que se puede recibir. Quizás a mi no me importaría recibirlos con tal de no escuchar lo que estoy escuchando.

En algunos casos el favorito suele ser el primogénito y en otros el último, el consentido. Aunque debo confesar algo irremediablemente cierto... Yo nunca seré la favorita, ni mucho menos la perfecta.

Antes solía pensar que ser hija única podría ser una tortura, a veces no se tendría con quien jugar o a quien fastidiar, y de verdad, cuando alguien me decía que era hijo único yo pensaba ¡Que mal por él o ella!.
Pero todo eso resultaría pasajero, porque si fueramos hijos únicos, seríamos los favoritos y por supuesto, los perfectos... Todo al mismo tiempo.


Esas frases que los padres a veces sacan al aire, como fulanito(a) si es atento, fulanito(a) es el mejor de todos o no hay nadie como fulanito(a), tal vez son expresiones involuntarias, reacciones de momento, pero ¡Rayos! ¡Como duelen!

Una recomendación de mi parte, para todos los progenitores del mundo, es que que nos juzguen a nosotros los hijos por lo que somos y como actuamos, en vez de juzgarnos en comparación a como actúan los demás.

Yo sé que a veces los padres suelen sentirse incomprendidos. Ellos sienten que nadie les agradece su labor o hasta que no los quieren lo suficiente. Al menos yo lo se, lo he escuchado tantas veces en mi vida, que ya he perdido la cuenta. Pero lo cierto es que nosotros los hijos, estamos conscientes de que no es así. Nuestros padres pueden hacer mil cosas malas, pero siempre serán nuestros, y aunque no lo digamos a cada rato siempre los querremos incondicionalmente y con todo nuestro corazón, pase lo que pase.

Por otra parte, se puede decir que ellos no ven nuestro punto de vista, ellos no aceptan nuestra manera de ver las cosas, ellos no saben lo que estamos sintiendo en este preciso momento. Es como si en algún momento de sus vidas olvidaron lo que es ser hijo, hermano y adolescente.

Sería fantástico si los padres tuvieran en cuenta que cada comparación que hacen, crea en los hijos un resentimiento contra los demás. A la vez ocurre esa impresión en nosotros, esa tonta e inútil impresión de que nunca seremos lo suficientemente buenos para ellos (ni para nadie), y en esos momentos tener un amigo suena mejor que tener padres y hermanos, porque no es necesario ser perfecto cuando se está con un amigo, sólo hay que ser uno mismo, ya que éste si te van a querer tal y como eres.
Y comienza otra vez el discurso: Fulanito(a) si es atento, él o ella siempre tiene en primer lugar a la familia, no como tú, que prefieres a los amigos. Lo peor de todo es que uno medita profundamente el caso, mientras despotrica al pobre hermano perfecto y cae en cuenta de que el fulanito Don Perfección, nunca fue muy amiguero.
Ahora no queda más que intentar ser como el hijo perfecto, imitarlo en cada acción, en cada palabra.

Pero aun no existe un remedio rápido y eficaz para curar la no-perfección,
por lo cual siempre terminamos siendo nosotros mismos.

Los imperfectos y desagradecidos que jamás serán como fulanito(a).

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